Veo su mirada atravesar la multitud hasta morir con la mia. El ruido infernal nos envuelve de fondo, nuestra atención se centra únicamente en nosotros. Todo gira alrededor de nosotros, el tiempo se detiene. Por un instante aparta la mirada, caida de ojos, quizás timida, acaso intimidada por mi poder de seducción... Me acerco vacilante y sin mediar palabra nos miramos una vez más. Nuestros corazones empiezan a bombear más sangre de la habitual, fruto de la excitación del momento. Se nos dilatan las pupilas al máximo para captar el más mínimo detalle que nos atraiga.
La respiración se acelera para oxigenarnos al máximo. Al ritmo de la música atronadora, me acerco hasta que solo un centímetro nos separa. Puedo sentir su respiración. Nos detenemos, mantenemos nuestras miradas. Con una leve sonrisa, agarro su cintura suavemente y acerco muy despacio mi boca a la suya. Nuestros corazones laten con más fuerza si cabe, la respiración se torna más agitada, puedo sentir su nerviosismo y excitación por la situación. A menos de medio centimetro de su boca siento su fresco aliento, siento la presión de sus manos incitándome a que no me demore más, exigiendo lo que tanto deseamos. Finalmente nuestras bocas se funden en un apasionado beso que nos transporta a un lugar dónde el tiempo y el espacio no existen. Todos los problemas de repente desaparecen. Deseamos con todas nuestras fuerzas que este instante fuera eterno, que nunca se acabara. Pero desgraciadamente no es así, el tiempo juega en nuestra contra y no tardamos en percatarnos de que hemos pasado segundos, minutos, tal vez, horas, ensimismados en nuestros quehaceres. Sabemos que ha llegado el momento y nos resistimos a aceptarlo, pero seguimos caminos diferentes. Increiblemente nos hemos comunicado sin decir una sola palabra, solo con el intercambio de miradas y caricias.
Llegado el momento nos separamos levemente, manos entrelazadas y sostenemos una vez más la mirada. Ahora su rostro sereno y sonriente y radiante muestra una expresión de satisfacción, seguridad, aprobación, conformidad, sus ojos brillan como lo hacen las estrellas una fría noche de invierno. Nos fundimos en un último abrazo y nos separamos hasta que quedamos tan solo unidos por nuestra mano, dedos y nos dejamos. Cada uno sigue su camino, con ritmo pausado, me detengo y me giro para ver su imagen una vez más y ahí está mirandome a mi también. Nos dedicamos una sonrisa y damos media vuelta, nuestra última visión de los dos, guardada para siempre en un rincón de nuestra mente. Quizás volvamos a encontrarnos, pero ahora los dos ya estamos muy distantes el uno del otro. Nuestro destino es incierto, pero certero. Ahora solo nos queda el recuerdo de esa experiencia vivida. Me alejo con estos pensamientos en la cabeza y dejo el lugar que ha sacado de nosotros el lado más cariñoso, apasionado, tierno y bello que tenemos todos...
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